Esta es una historia real, olvidada a lo largo de los años,
tal vez causado por el mismo lamento de mi memoria que trato de salvarme de una
situación que no muchos quisieran tener en sus recuerdos, y que el miedo de un
pequeño niño puede intensificarse con el paso del tiempo.
No recuerdo exactamente qué edad tenia, debe haber sido
entre 8 a 10 años, pero si recuerdo de lugar y la situación… Caburgua, uno de
los tantos veranos que he pasado mi niñez vacacionando con mi familia, mucho
antes de cualquier concepto de independencia y madurez, solo un pequeño niño
que disfrutaba los días soleados con sus hermanos y primos, jugando eternamente
en las cabañas Pehuén, un grupo de cabañas que quedan muy cerca de playa blanca,
nuestro sector favorito de todo Caburgua para disfrutar de uno de los mejores
lagos que Chile ofrece. Si he de describir el lugar, es un muy buen terreno,
ubicado en una pendiente o en la ladera del cerro mejor dicho, es un grupo de
cabañas bastante acogedor, a pesar de estar tan cerca del lago y ser un lugar
extremadamente transitado hoy en día, en esos tiempos (y actualmente también,
muy poco ha cambiado) el loteo de cabañas está cubierto de bosque y árboles
bastante frondosos, pareciera un lugar muy pequeño pero no lo es, es un gran tramo
de bosque en que la misma vegetación hace difícil la comunicación entre una
cabaña y la otra, incluso es difícil tratar de ver una cabaña de la otra a través
de los frondosos árboles y arbustos que adornan el lugar. Durante la noche es
bastante difícil ver, las luces de la calle no llegan hasta dentro, las cabañas
tienen solo una luz exterior en el sector de la terraza, y si bien la luz de la
luna ilumina la cabaña, más allá de su jardín, los grandes árboles no permiten
que la luz se filtre entre sus verdes hojas, creando lagunas de oscuridad que
permiten a los más grandes horrores de un niño acechar desde fuera de la
seguridad que una casa crujiente de madera y la compañía familiar pueden
ofrecer.
Durante el día, y gracias a la motivación de mis primos
mayores, siempre teníamos la necesidad de explorar los alrededores, así fue
como encontramos una pequeña cancha de baby futbol, una cancha de voleibol,
inclusive una atajo que nos acortaba el camino hacia el lago, y ese mismo deseo
de aventura, nos llevó a explorar un sector prohibido y vetado por nosotros
mismos como un lugar para nunca ir solo, el sector que durante las noches era
el más oscuro del bosque, que ninguna luz podía filtrarse, y que incluso de día
los grandes árboles y malezas que crecían hacían casi imposible incluso la
travesía, un sector húmedo y extrañamente silencioso, a pesar de estar tan
cerca de las otras cabañas, y tan cerca de la calle, muy pocos sonidos que no
fueran el viento y las aves que nos advertían desde las copas que no nos acercáramos
más, pero como niños ignorantes, no hicimos caso a las advertencias que uno no
sabe leer, solo seguimos avanzando.
Fue entonces cuando lo vimos, algo que nos descoloco,
algo que inmediatamente nos congelo, algo que ninguna diferencia de edad
hiciera que sintiéramos un miedo diferente, la misma corriente de aire helado
golpeo nuestras espaldas y nos detuvo el tiempo suficiente para cuestionarnos
si debíamos seguir con esta cruzada… una casa. Tal vez es algo tonto, como una
casa puede causar miedo, deja contarte como era la casa, porque una vez recordé
esta historia, fue como ver una fotografía, esta casa se notaba que era una
cabaña más, pero algo tenia de diferente, las cabañas eran de un color madera,
barnizadas, muy lindas y muy del sur, esta sin embargo, era de un color negro,
tan negro como la misma oscuridad de la noche, nunca supe si producto de la
humedad y de ser madera podrida, o si eran los restos de una casa quemada que sobrevivió
a duras penas un vistazo en el mismo infierno, pero ahí estaba, una cabaña
dejada de la mano del cuidador, que la misma naturaleza ya había reclamado
devuelta para sí misma a través del tiempo y el olvido, en que ningún rayo de
luz directo tocaba su superficie y solo la oscuridad brotaba desde dentro, sin
protectores de ventanas pero aún con sus cortinas blancas de tela delgada
rasgadas por el tiempo, y una puerta entreabierta pero que el viento no era
capaz de mover, como si las bisagras estuvieran demasiado oxidadas para girar,
o tal vez porque algo o alguien la hubiese trancado desde dentro. Fuese cual
fuese el motivo, por esa puerta, nadie podía entrar o salir, por lo menos nada
que fuese humano.
Cientos de preguntas e inquietudes inmediatamente nos
abordaron, ¿qué era esa casa? ¿Por qué estaba ahí? ¿Por qué estaba así de
maltratada y por qué el dueño no la arreglaba? ¿Qué había pasado en esa cabaña
que ni siquiera el dueño del terreno había querido acercarse a ese lugar? La maleza
y la vegetación exuberante probaban que no había recibido ni siquiera una
visita del dueño o cuidador, una espeluznante casa abandonada en pleno centro
vacacional perdida entre la oscuridad del bosque, a pesar de ser de día, poca
era la luz que llegaba hasta ahí y nadie fue siquiera capaz de acercarse a
menos de 5 metros de la casa, ni siquiera los mayores, tal vez solo se trataba
de una casa vieja, pero aún así nadie fue capaz siquiera de mirar por las
ventanas hacia adentro, tal vez causado por el miedo de que un extraño horror
te arrastrase hacia dentro de la cabaña, una cabaña de la que nunca podrías
salir, por lo menos no como un ser humano. ¿Qué extraño horror se escondía ahí
dentro que hacía que la oscuridad se juntase con más fuerza por las noches, que
congelaba a los que pasaban por fuera y te obligaban a mantenerte fuera del perímetro
de la casa, por qué cuando nos acercábamos nos sentíamos extrañamente vigilados
por algo que venía desde dentro de ese extraño lugar, y por qué durante las
noches se sentía esa extraña oscuridad que brotaba desde ese lugar, que te
obligaba a no salir de tu cabaña, y solo mirar hacia la oscuridad del bosque
sintiendo los ojos de un extraño mal que no dejaba de vigilarte incluso cuando
entrabas en la seguridad de tu cama caliente?
Debe haber pasado unos 15 años desde aquel momento, pero
inclusive ahora, al recordar esto, siento el mismo escalofrío que debí haber
sentido en esa ocasión, hasta ahora ninguno de los que estuvimos ahí sabe
exactamente que tenía esa casa, pero todos coincidimos en que tenía algo, algo
maligno, algo que tenía que estar encerrado ahí, y nunca salir de ahí, algo que
por las noches te observa y te sigue, y que por el día se refugia de la débil luz
que le llega, pero nunca deja de acechar desde sus ventanas, refugiado por la
oscuridad que emana desde dentro, y el viento que no deja de soplar para
advertir a los que pasen que no deben acercarse, que no deben mirar por las
ventanas, que el horror que allí se esconde debe permanecer oculto, y que por
sobre todo, no abras la puerta entreabierta, no abras la jaula que encierra el antiguo
mal que acecha desde la oscuridad de la Casa del Lago.